La columna de Ildiko
Jujuicito
Un recorrido muy subjetivo sobre la jujeñidad
por Ildiko Nassr
En primer lugar, debo decir que soy de Jujuy. San Salvador de Velasco en el Valle de Jujuy (en sus orígenes), una ciudad rodeada de cerros, abrazada por dos ríos: el Grande y el Chico. En la zona del Valle, entre las Yungas y la Puna. Para donde uno mire, hay inmensidad. Jujuy es exuberante y rico. Profundo, misterioso, con fuertes huellas de los conquistadores y un apego a la religiosidad impregnada de rituales andinos. Coexisten lo telúrico y lo global, lugares y no lugares: “Perfuman los churquis, florece el cardón”, nos dice en su zamba “Tacita de Plata”, José Antonio Faro con música de los Hermanos Simón. Y es una buena descripción.
Todos nos conocemos, y, si no, disimulamos. Si uno conversa con alguien más de quince minutos, descubriremos que tenemos amigos en común, y si la conversación se extiende un poco más, resultaremos ser parientes.
Todos nos conocemos. Nos encontramos con alguien y nos mira como diciendo: “Te conozco. Sé de tu árbol genealógico hasta 1759.”. Pero no nos decimos nada. Nos gusta el silencio. Y, como la escritura está más cercana al silencio… cada vez que alguien levanta una piedra, sale un poeta. Sonreímos. Nos saludamos. A los jujeños nos gusta saludar. Por ejemplo, en la Peatonal (tenemos solo una cuadra peatonal), saludamos diariamente a un promedio de quince personas. Seguramente, no sabremos quiénes son, pero ya nos cruzamos varias veces, así que nos saludamos. En las coplas también, nos gusta saludar (y pedir permiso):
Buenas noches, buenos días…
…Con su permiso, señores,
vengo a cantarle mi copla…
La comunicación sucede plagada de silencios, como en esta coplita “Quiero decir y no digo”.
Quiero decir y no digo
y estoy sin decir diciendo;
quiero y no quiero querer
y estoy sin querer queriendo.
Y la despedida: “Ya me voy, ya me estoy despidiendo”.
Ya me voy, ya me voy
ya me estoy retirando
Le dejao mi copla pa todos
Pa que estén recordando
El jujeño no dimensiona: todo queda ahicito nomás o es chiquitito o semerendo de grande. Amamos los diminutivos. Si preguntan dónde queda un lugar, podemos escuchar como respuesta: “Ahicito nomás”, pero para llegar tendremos que caminar 30 cuadras, atravesar dos cerros y cruzar un río. Si no, nos pueden responder también, “es muy lejos”, y está a seis cuadras…
Es usual escuchar muchos “mamita, chinita, churito, chiquito”. Nos acercamos a un vendedor en la calle y nos saluda con un “buenas, mamita, ¿qué va’llevar?”. “Veinte pesitos sale, mami”.
También el típico capicúa jujeño con su clásico “ya está ya” o el “gran fiesta gran”.
En Jujuy hablamos diferente. Estiramos las palabras, las cantamos. Usamos un léxico apócrifo: «¿Haa visto lo que le ha hecho el Mario? Se ha ido a chuteá con los changos, se ha machado, me ha chuñado los sillones y ahora anda con vinagrera». Traducido, sería: «¿Viste lo que hizo Mario? Fue a jugar al fútbol con sus amigos, se emborrachó, vomitó en los sillones y ahora está descompuesto.
Y tenemos el “Viento Norte”. El viento norte transforma a las personas. Las vuelve más lentas y malhumoradas, les requiebra el alma. Es difícil respirar. Hay que detenerse en los descansos de las escaleras. Los jueces no pueden dictar sentencia. Y culpamos al viento norte de lo que nos pasa…
Así somos los jujeños: saludadores, alegres y vuelteros. Nos tomamos nuestro tiempo. Alargamos las palabras, las cantamos. Utilizamos el pretérito perfecto compuesto. Dormimos la siesta. Caminamos lento. Y festejamos mucho (el carnaval, las fiestas patronales, la Pachamama, la Virgencita, Santa Anita… que se dicen en diminutivo y se celebran en grande). En Jujuy, aún se vive diferente
Mucho más se puede decir acerca de este lugar y de sus personas. Pero, por el momento, los vamos a dejar con ganitas…
(fragmento de un texto leído en el I Coloquio Nacional de Microficcionistas. Buenos Aires, nov. 2015)