21 noviembre, 2024

Del mezquino y personalista CCK al generoso e integrador CCA, Centro de la Cultura Argentina

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Por Miguel Pereira

cineasta jujeño

En los tiempos del Imperio Romano, si bien era común encontrar nombres grabados sobre muros y columnas de templos y edificios, estos no siempre pertenecían a quienes los habían diseñado o construido. Estos “grafitos” parecían denotar la necesidad de trascender por sobre la insignificancia de las vidas anónimas de aquellos que dejaban sus marcas en la piedra. Era una afirmación, un grito ilustrado que rezaba: “Yo estuve aquí, yo existo, yo dejé mi marca en este edificio”.  Y sí, esa suerte de intervención vandálica se continuó a lo largo del tiempo y en todas las geografías del planeta hasta llegar a nuestros días.

Y así llegamos hasta el histórico Palacio de Correos y Telégrafos de la Ciudad de Buenos Aires, hoy completamente restaurado y transformado en el nuevo Centro Cultural del Bicentenario desde el 21 de mayo de 2015.  Ese fue el nombre que se eligiera, dada su nueva función y coincidente con la celebración  de los 200 años de la declaración de nuestra Independencia. Sin embargo, para nuestro desconcierto, resulta que en la fachada del imponente palacio no podemos evitar leer “Centro Cultural Kirchner” y, de hecho, ese el nombre con que todo el mundo lo conoce y se ha generalizado para ser nombrado en su forma abreviada, el CCK

En este caso, pareciera que nos encontramos frente a un grafito de la actualidad, pero a diferencia de lo que ocurría en la época romana, fueron otros los que quisieron  eternizar el nombre de Néstor Kirchner, como si hubiesen querido borrar del edificio toda la carga simbólica de una República Argentina de otra época y contexto: la opulencia de un país rico gracias al modelo agro-exportador y la comunicación entre todos los argentinos a través del correo. Para el gobierno de Cristina Kirchner esos apotegmas resultaban indigeribles, razón por la cual decidió resignificar esa época gloriosa, convirtiendo al viejo palacio en un Centro donde la cultura actuara como conectora transversal de los argentinos y amplificara el relato cultural que sostenía su gobierno. Bien sabía Cristina que además se hacía con un bonus track que escondía el edificio: las oficinas que había ocupado la Fundación de la mismísima Eva Perón.

Frente a todo esto me surgen dos preguntas. ¿Es lícito que este edificio que fue declarado Monumento Histórico Nacional lleve el nombre de un ex presidente fallecido tan solo dos años antes de que el Congreso Nacional decidiera imponerle el  nombre  de “Centro Cultural Dr. Néstor Carlos Kirchner”, obviando que ya se lo había nombrado como Centro Cultural del Bicentenario?  Mi segunda pregunta es: ¿Para qué realizar la mayor inversión cultural de toda la historia argentina (unos 700 millones de dólares del año 2015) en una ciudad atestada de centros culturales y espacios artísticos?

No me caben dudas que la respuesta a ambas preguntas  tiene que ver con las disputas  caracterizadas por la grieta política, y muy poco con el sentido común o la razonabilidad de los gastos del Estado, o sea, del uso dispendioso del dinero de todos los argentinos.

Los kirchneristas quisieron tener su propio enclave cultural dentro de la ciudad gobernada por Mauricio Macri. Si no fuese así, ¿para qué crear un nuevo centro cultural cuando ya existía el Teatro Colón, el Centro Cultural San Martín, el Teatro Cervantes, el Presidente General Alvear, el Recoleta y una miríada de espacios culturales y museos bajo la órbita del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires? Con las ingentes sumas de dinero invertido se podrían haber construido modernos centros culturales en cada capital de provincia del país, pero recordemos que los kirchneristas nunca fueron muy afectos al federalismo que digamos. Siempre prefirieron el centralismo del poder concentrado desde donde se podía repartir premios o castigos. Y ahora podían beneficiar a sus huestes de artistas militantes, desde este nuevo y deslumbrante Altar de la Cultura, en el propio corazón de la Ciudad Capital. 

Pero la alegría de la conquista les duró poco. Siete meses más tarde, quien gobernaba la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se mudó a gobernar el país desde la Casa Rosada. El plan del Caballo de Troya cultural quedó inconcluso.

Durante la presidencia de Macri, los funcionarios culturales que venían del Gobierno de la Ciudad, continuaron haciendo lo que ya se habían acostumbrado a hacer: atosigar a los jubilados porteños con funciones gratuitas y complacer a las almas bellas citadinas que clamaban por más programaciones elitistas que viniesen de terminales europeas. Quizás, alguna que otra latinoamericana, como para disimular la casi total ausencia de talentos provincianos. Lo importante era mantenerse bien alejados del fervor cultural populista.

Se fueron los macristas, volvieron los kirchneristas y ahora a estos los echaron los libertarios. Más allá de las obvias diferencias que los separan, ninguna de sus gestiones culturales pudo sustraerse al influjo de ocupar las pomposas y palaciegas oficinas del CCK Resulta lógico, se trabaja muy cómodo desde ellas y además impresionan a los visitantes que solicitan audiencias. Lo afirmo porque yo también ocupé allí una oficina, cómoda pero bastante despojada, cuando me desempeñé como presidente de Radio y Televisión Argentina, S.E., durante la gestión de Mauricio Macri. Pero vale la pena recordar que el hábito no hace al monje y que todavía ni se logró cambiarle el nombre al CCK

Una propuesta audaz, justa y federal

Envalentonado por el clima de sinceramiento imperante y los cambios disruptivos impulsados por el presidente Javier Milei, me animo a proponer, no solo un cambio de nombre, sino una reformulación integral del rol que debiera cumplir este magnífico espacio cultural dentro del imaginario colectivo argentino.

Como ya lo mencioné, me asiste la experiencia de haber ocupado una oficina dentro del edificio, ventaja que me permitió conocer a la bestia desde sus entrañas y admirar el inconmensurable potencial que esos grandes espacios tenían, mirándolos desde una perspectiva federal, para la totalidad de la Cultura Argentina.

Se dice, y muchas campañas publicitarias lo repiten, que Buenos Aires es la ciudad de todos los argentinos. Es, además, la Capital Federal, la capital de todas las provincias que conforman nuestra Nación y la puerta de entrada para los visitantes del mundo que llegan a nuestro país.

Pues bien, propongo que el mezquino y personalista CCK le de paso al generoso e integrador CCA, el Centro de la Cultura Argentina. Ese es el nombre que propongo para terminar con especulaciones inconducentes que no hacen otra cosa que desnudar nuestras preferencias  artísticas o políticas.

Sería el CCA porque allí deberían estar alojadas y representadas todas las Casas de Provincias del país, constituyendo una suerte de “Embajada Cultural” de las 23 provincias argentinas y de la propia Ciudad Autónoma de Buenos Aires. De esta manera, reuniríamos a toda la cultura del país en un solo lugar: el Centro de la Cultura Argentina. Este sería un disruptivo acto de justicia que cambiaría el paradigma cultural instalado en el edificio y en nuestras mentes. De esta manera, cada provincia podrá exhibir las obras de sus artistas plásticos, sus artesanías, sus tejidos, sus paisajes y toda expresión que manifieste la riqueza de su cultura local.

La programación del CCA debería ser diseñada dedicándole una semana a cada provincia para que pueda mostrar a sus cantores, bailarines, cineastas y actores teatrales, en la Ballena Azul y la Sala Argentina. De esta manera saldaríamos una de las mayores deudas con tantos artistas provincianos invisibilizados: poder exhibir su arte en la Capital de la República y darse a conocer al gran público. De igual manera, los porteños podrán conocer y disfrutar la cultura y el arte de sus hermanos, generando lazos que afiancen nuestra identidad y ayuden a nuestra integración. Conocernos para poder querernos y así comprometernos con el futuro de nuestra Argentina.

Toda esta gran diversidad cultural que posee nuestro país, estaría contenida en un solo lugar y se convertiría en el paseo obligado de turistas locales y extranjeros. Todos aquellos que visiten este ícono de la cultura argentina instalada en Buenos Aires, al caminar por sus salones y pasillos o sentarse en las butacas  de sus Salas de Conciertos, podrán tener una visión integral de nuestro país y entender que somos y de que estamos hechos los argentinos.

Vivimos tiempos de profundos cambios que avizoran nuevas formas de relacionarnos entre nosotros. Ya no puede demorarse la resolución de la dicotomía existente entre el Gobierno Nacional y los Gobiernos Provinciales, entre la capital y el interior de nuestra Patria. Esta propuesta ofrece un camino de integración que solo la cultura puede ofrecernos. El Centro de la Cultura Argentina será la celebración de nosotros mismos como pueblo hacedor y amante de su cultura y de su arte, un pueblo que sabrá sobreponerse por sobre todas las grietas que pretendan dividirnos, y que dejará la marca de un “grafito” en la fachada del viejo edificio, escrita por todos los argentinos:  el CCA 

*Miguel Pereira es cineasta y ganador del Oso de Plata de Berlín por su película “La Deuda Interna”. Esta columna fue publicada en perfil.com.

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