4 diciembre, 2024

«Siete casas vacías»

Reto de lectura de septiembre….

Un libro que no terminaste de leer

por Ildiko Nassr

 

-Una mujer que me odia dijo que la próxima vez que yo diga mi nombre me voy a morir. Samanta Schweblin

 

Alguien toca el timbre de mi casa a la madrugada, me despierta y, aunque no bajo las escaleras para abrir la puerta o preguntar quién es, me desvelo. Hay varios libros en la mesita de luz. Tomo uno y me pongo a leer. Ya había leído una edición anterior pero no recuerdo casi nada. En un momento dudé si lo había leído o había soñado que lo leí.

Hay un sabor nuevo en cada cuento. Imágenes de lo absurdo que te devoran. Un no saber a dónde estás o adónde vas. Un camino sin GPS. Ya desde su primer libro publicado por la editorial Destino, me encantó.

Leo tres cuentos en un suspiro. No puedo detenerme. Sin embargo, empiezo a lagrimear y mis lágrimas llegan al libro. No son de emoción sino de cansancio visual sueño. Debería descansar, pero quiero seguir leyendo. Me seco las lágrimas y sigo. La sensación es la misma de aquel primer desvelo de lectura cuando tenía 10 años.

El libro es “Siete casas vacías”, de Samanta Schweblin. Es un libro atrapante. Me hace pensar. Inquieta. El uso reiterado de la primera persona casi como si los cuentos fueran una confesión, te hace entrar en su universo narrativo. Aquí nada es lo que parece. Todo es simple (y complejo). Desde una mujer que roba una azucarera en una casa enorme, o la que sale en bata y el pelo mojado y vuelve como si nada; o la que se sienta en un banco del subte junto a un mendigo sin piernas; hasta la niñita que se deja comprar una bombacha por un desconocido, son todas cercanas y fantásticas. Rompen con la realidad instalando un verosímil de un realismo absurdo en el que una se siente identificada porque las situaciones (y el modo de mostrarlas) son cercanas y sin el asombro que producen en el lector. SS cuenta las cosas más tremendas con una naturalidad que, acaso, también haya aprendido de la gran maestra  Liliana Heker.

Deja un sabor amargo, una sensación de que no sucedió lo que debería haber sucedido. Te deja pensando y te llena de imágenes que no se quitan. No podés contar los cuentos de Samanta Schweblin porque se pierde lo fundamental: su lenguaje propio, ese modo tan particular de narrar, con un resquicio a Carver o a Salinger, pero tan personal. Sabés que es una lectora puesta a narrar. La fluidez es un arduo trabajo y ella la logra con una maestría única. No es de sorprender que gane tantos premios y que sea una escritora de culto.

Quisiera ser amiga de Samanta Schweblin. Ir a tomar algo en un barcito berlinés y volver a casa en bicicleta a las tres de la mañana, tal como contó en una entrevista que le hicieron el año pasado. Volver a casa y sin miedo.

Siento muy cercana su narrativa, hay algo inquietante, algo que atenta con romper la delicada cotidianidad. Algo amenazante que no termina de suceder, como una ráfaga de viento sorpresiva que así como llegó, se detiene, como si no hubiera pasado.

Siete casas. Siete cuentos. Una noche de insomnio. Incontables imágenes.

Fascina su narrativa, sus palabras, el modo de entender esa soledad angustiante en la que viven sus personajes y no pueden escapar, esas casas vacías que son como cuerpos en los que están encerrados (y solos). No salís inmune de su lectura. No volvés a ser el mismo después de leer a la Schweblin (y te hacés adicto a sus libros).

 

Samanta Schweblin: SIETE CASAS VACÍAS. Ed. Páginas de Espuma, Buenos Aires, noviembre de 2018. Premio Internacional Narrativa Breve Rivera del Duero.

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