4 diciembre, 2024

«Quería taparla con algo» se presentó en El Pasillo

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Mucha crueldad,  algo de humanidad y buenas actuaciones

La puesta está a punto de salir de gira por Tucumán y Rosario de Santa Fe. También está a punto literalmente, porque con varias funciones, desde su estreno antes que termine el año pasado, “Quería taparla con algo”, provoca una gran amargura en el público que accedió a las últimas presentaciones en Jujuy.

Es el último trabajo de Producciones La Vuelta del Siglo, y tuvo tres presentaciones seguidas (jueves, viernes y sábado) en el Teatro El Pasillo, en el último fin de semana, con seis actores que se desangraron en las tablas.

La obra es de Jorge Accame, y es la quinta que dirige Rodolfo Pacheco de este autor prolífico y reconocido a nivel internacional.

Cruda historia que desanda brutalmente la violencia de género; y la violencia mental de hombres destinados al encierro, a la soledad, al trabajo duro, a la indignidad, que a la vez se traslada al otro género. Ese otro género, que esta obra se empecina en mostrar como “el sexo débil”, lugar del que hace rato que las mujeres tratamos de corrernos.

Y es que en la historia hay una sola mujer y cinco hombres, que por rato parecen animales –quizás por falta de oportunidades de sentir el afecto y manifestarlo-, y que en otros muy marcados, dejan escapar la humanidad escondida en el fondo de sus almas golpeadas.

La solidaridad y la hombría de bien no salen expresamente, sino en forma solapada, como si no pudieron dejar de ser lo rudo que son delante de los otros. En esta historia se muestra una realidad que aún se percibe en algunos ámbitos y situaciones, más allá del progreso de los conceptos y las ideas redimidas de la igualdad.

El machismo, la indefensión de la mujer y de las personas con discapacidad, se prestan a un juego de fortalezas que no es genuino, y de poderes que se creen tener por sobre las personas.

Todos, en el fondo saben lo que es válido y lo que no es justo, pero se dejan llevar por los instintos y las imposiciones sociales.

Estos cinco hombres, de distintas edades y distintos portes, están interpretados apasionadamente por grandes actores de la escena jujeña, que se potenciaron en conjunto. El hombre más importante de la historia, el más temido, el más rudo, y a la vez, quien tiene al final el gesto más sensible, está interpretado por el propio director de la obra, Rodolfo Pacheco, que en este trabajo vuelve a demostrar el oficio que lo mueve, como aquella vez en “Canciones alegres de los niños de mi Patria” (de Rafael Spregelburd) en el año 2001, y después de muchos años de dedicarse a la gestión desde distintos cargos. Él es el “Cabra”, el más veterano de estos trabajadores que desolados en un taller oscuro, cada tanto cumplen con rituales terribles que tienen que ver con la “medición” literal de sus masculinidades para saber quiénes tienen prioridad, cuando hay una “mina” para violar.  Pacheco pone de manifiesto un gran entrenamiento físico para llevar a escena a este hombre, que se trenza en una lucha cuerpo a cuerpo con otro de los laburadores, por la mujer que acaba de llegar al taller.

Normalmente estas mujeres se escapan de un neuropsiquiátrico, y van a parar ahí, donde caen en manos de hombres desaforados.

Completan el elenco masculino, de hombres que trabajan en un taller de lo viejos ferrocarriles, Saturnino Peñalva, en el papel de “Mono”, el “que la tiene más grande” según sus compañeros, y por ende el primero en la lista. Con un gran  trabajo este actor muestra a un personaje burlista, sobrador, que constantemente desafía a sus compañeros a no abandonar los vicios.

La “Hiena” es llevada al escenario con el trabajo de Ariel Posse Varela, que con mucha imponencia, hace las veces del personaje que va y viene, entre una postura animal como la del “Pescado” (Joaquín Ramos) y el “Mono” (Saturnino Peñalva), es quizás el más consciente de lo que está ocurriendo en ese ámbito doloroso.

El “Pescado” es el personaje más joven, el más preocupado por saciar sus deseos sexuales, a cualquier precio. El que menos razona la situación denigrante de la historia.

El “Tucán” es Gustavo Ramírez, es quien muestra la cara de la sensibilidad, de la humanidad, y de la justicia en el trato de la mujer. Es quien la protege pero por una razón, él tiene una hija que ve en los ojos de esa “Loca” (Sarita Pérez) que entró al taller. Es quizás la muestra de otra realidad extrema, como lo es la de hacerse cargo de los flagelos y los problemas del prójimo, sólo cuando nos tocan de cerca. Sin embargo es él quien pone resistencia al sometimiento de la mujer, que solloza  sola, tirada en un colchón, desnuda, y tapada solo con una sábana.

Esa mujer también es llevada a la escena en esta versión que Pacheco pensó para la obra de Accame, con un trabajo impecable de una joven actriz, que en conversación con Enlace Cultura Digital, comentó que es su primera obra oficial en salas, dado que antes sólo había hecho trabajo en el ámbito del profesorado de Artes en Teatro, que está cursando. Con una voz sumamente clara, y un dramatismo muy genuino, logra transmitir la desolación y el delirio de una mujer sin horizontes. Una mujer que llora y recita oraciones y versos de tenor religioso, perdida en su cabeza, en su mundo, incapaz de salir y entender lo que le está pasando, pero que de alguna forma hace llegar a esos hombres un  mensaje. Un aplauso aparte para Sarita Pérez, que puso el dolor de la “Loca” en los corazones de la platea, con gran naturalidad.

Juan Muñoz, gran músico de nuestro medio, le da el toque que completa esta puesta con el ritmo de los momentos, interpretados en vivo. Los actores se suman a sus sonidos con un trabajo de percusión corporal que aúna el concepto de una realidad golpeada. Esta intervención aporta climas bien logrados en los distintos momentos de la historia, la pelea, la reflexión, el susto, la sensibilización, etc., y en el final, una solemnidad que permite al espectador tratar de cerrar la idea de una cruda y brutal realidad puesta en escena.

Jugadas actuaciones que no merecen desperdicio, una dirección que el autor Jorge Accame valoró como de “interpretación inteligente y apasionada” de su texto, y una ambientación musical que completa el recurso de pocos elementos en la escena y un juego de iluminación que provoca el vértigo en algunos tramos, hicieron de esta puesta una propuesta difícil de digerir, pero digna de un gran aplauso.

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Por Lic. María Eugenia Montero
Por Lic. María Eugenia Montero

 

 

 

 

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